viernes, 30 de mayo de 2008

Madrid, 18 de febrero de 2009

Viven conmigo dos osos pardos. La más pequeña tiene las garras cortas y eso para mí es un gran alivio porque cuando caminamos juntos siempre me sujeta de la cintura con sus patas delanteras, se deja sin movimiento alguno de tal forma que la arrastro, ella incapaz de mover músculo alguno, por medio Madrid y tan pronto se cansa me muerde apenas la espalda. Me detengo y de un salto se sube a mis hombros, se aferra al cuello hasta el ahogo materno y contentos andamos. El de algunos meses mayor camina siempre a mi derecha, en silencio, mirando todo y como sabe que lo estoy mirando suele girar para decirme con un pequeño y adormecido parpadeo que todo va bien, que todo aún es extraño.
Ayer domingo decidimos ir a La Latina. Pasamos por Preciados, camino obligatorio, y mientras la pequeña se sujetaba a mi espalda, miles de personas pedían dinero en esos estrechos 150 metros. Unos tocaban, otros lamentaban su mala suerte, otros luchaban completamente ebrios, algunos en claustrofóbico silencio, caminando, discutiendo, colgando miedo y siempre en medio y sonriente aquel que viste de policías a sus perros. A los lados y por el centro otro millón de personas todos los días.
Nadie miró ni pronunció gesto alguno. Nosotros callamos conscientes de conocer y convivir entre tamaña especie humana. Los osos aún así se desplazaban desconcertados por la lucha pasiva de unos y por el pavor brutal de otros, por ser la razón la que culpa el mendigar criterios y corazones, una moneda, una mirada, una pregunta o al menos ni mierda, la que al final te priva de querer con las entrañas. No de querer seguir viviendo y exhaustos llegamos a la Plaza de la Paja. Nos sentamos donde se pudo y en medio de tal estruendo de gentes y cervezas, uno de los osos, no recuerdo quién, cogió entre sus manos a Luis Hernández y nos dijo:
Adiós. Me voy a otro lugar
Y si la tristeza
Me alcanza
Y si la tristeza me alcanza
Me cubriré con el agua
De la mar. Y no he más
De morir.
Y no he más.


Y recordé que una amiga tuya tiene un bar cerca. Camoatín. Lo encontramos. Pedimos unas copas de vino blanco y nos reímos de cómo nos emborrachábamos allí. ¿Recuerdas? La última vez me fui temprano.

Francisco Jurado Chueca

lunes, 26 de mayo de 2008

Mayo del 68
He comenzado a hacer un inventario de la habitación. Me entró miedo al leer tu carta, pensé que quizás puedo perder algo y no darme cuenta hasta pasado un tiempo y me quede como tú sin el silencio. He aquí lo que hay en mi habitación, donde paso la mayor parte del tiempo (la verdad, apenas estoy en el salón). Del suelo para arriba: una cama, un despertador, una pequeña figura de Buda, una lámpara, un ladrón con tres enchufes, una orquídea que resultó resucitar, un libro sobre los pintores flamencos del siglo XV, unas zapatillas, una bolsa vacía, “All that jazz”, que por cierto aún no he visto, unas botas, la revista Exit, la que te gustó, una papelera, “Austerlitz” con un papel en la página cincuenta y tres, una botella de agua vacía que llenaré enseguida para tenerla junto a mí mientras trabajo, la cartera, mi ipod, un pintalabios, un tampón, un rollo de celo, mi agenda, rimmel, dos bolsos, un jersey violeta que me dio mi madre y que ha sustituido a la bata que utilicé durante años, mi gato, la mesa, un paquete de galletas (acabo de desayunar), el router del ordenador, el ordenador, la taza de café (ayer, además, un cliente me dijo que no se llamaba taza sino “mug”, y esa palabra me parece tan hortera que no pude sino defender la mía y acabamos casi peleados porque yo no cedía, y cuando me dijo que él era mucho mayor que yo y de toda la vida se había llamado “mug” yo supe que mentía, porque la edad de una persona no es prueba del buen uso de un significante y menos aún de ése, pues soy incapaz de imaginar a mi abuela en la posguerra sirviendo leche de vaca ordeñada por ella en un “mug” (probablemente tampoco la llamaría taza, aunque yo al menos no utilicé ese argumento) y, de hecho, concluyó la conversación diciéndome que yo puedo permitirme ser pesada porque soy guapa, eso sí, también yo logré que él reconociera que él era un plomo de viejo), una cafetera napolitana, las muñecas rusas con las caritas de los Beatles que me regaló mi hermana, ese líquido rosa que me dio Julie, que es en realidad una obra de arte, una grapadora, una carpeta y sobre ella, un montón de papeles, “Romancero gitano”, tres tazas (taza, taza, taza, recuerdo una vez que de pequeña olvidé el significado de esa palabra y le pregunté qué significaba a mi profesora, sorprendiéndose un poco, la verdad), una crema de cacao para los labios, un disco de Sabina y Serrat, un retrato inacabo que empecé para Ricard (se titula “Ricard fumando ante la sierra de Guadarrama, inacabado”), la cartilla del banco, el borrador de un trabajo que he de entregar mañana, una cajita de cerillas, y junto a la mesa, una estufa, y sobre la estufa, tres libros, unos apuntes que me dejó un compañero, “Elogio del individuo” de Todorov y un número atrasado de moda de El País Semanal, y por cierto, tranquilo, la estufa está por supuesto apagada (quizá la encienda, ayer hizo un frío incomprensible en mayo que todavía me tiene anonadada), sobre la balda, libros y papeles (que merecen un inventario aparte, así que dejémoslo en “libros y papeles”), colgados en las paredes un dibujo de Aina, mi sobrina, un collar, la reproducción de una pintura de castas, imagino, del siglo XVIII, un calendario en el que enganché un collar diseñado por Annie Albers, una pintura sobre seda que me regaló la madre de Víctor, dos collares sobre una foto de Barcelona, una planta que está casi muerta (es por ser optimista, la verdad es que ya no está entre nosotros) y un atrapasueños en el que ya no creo pero que soy incapaz de tirar. Pero tu silencio tampoco está aquí.
¿Lo buscaste bajo el sofá? Yo a veces encuentro ahí recuerdos espeluznantes y otras a Camilo durmiendo tranquilo. Me tumbo con él y cuando me despierto estoy llena de polvo y de pelo y como soy alérgica estoy enferma al salir. Pero eso nunca me pasa los días que trabajo, sólo enfermo cuando estoy libre. Ahora he de irme a trabajar. ¿Vendrás a visitarme?

Inés Plasencia

viernes, 23 de mayo de 2008

Madrid, 23 de mayo de 2008

Vivo en el piso 8 y ayer durante todo el día contuve un deseo y una canción. Me deshacía inquieto frente al ascensor y decidí subir por las escaleras. No te sorprendas, Inés. No te acomodes los lentes ni dejes caer el mentón, pero al llegar al escalón 51 se me escurrieron de la cara todas las letras y al intentar aguantarlas perdí el interés en seguir contando los pasos. Giré. Lo pensé y comencé a bajar. Recogí un estribillo, llegué a otra escalera de losa blanca, empujé una pequeña reja y olfateé con la memoria hirviendo la calle. Once de la noche. Negué toda presencia. Pretendo esconder toda huella dactilar que arañe mi piel y que justifique todo acierto racional. Dime, Inés, ¿por qué tenemos que minar nuestras caricias según lo envidie la conciencia? ¿Por qué hincarnos ante aquel niño cruel que azota todo lo deseado?... Con la ira triste en los zapatos, miré el edificio, miré mis manos y salté, me sujeté con fuerza de paredes, cristales, polvo astillado, gotas de rabia y realeza. Resbalé apenas. Subí. Aire hermoso. No me fue difícil luchar contra mi humana presencia y sostenido en el marco de la ventana con un pequeño impulso me posé dentro de casa. Poco después me acosté.
Hoy muy temprano llovía. Llegué rápido a la calle, di diez pasos, doce, me miré, estaba a salvo, giré, dos más y un niño de 7 años sonreía a mi lado. Aguanté para no despertarlo. Para no cuestionarle tanta crueldad pero ahora al frente mío me causaba ternura. No lo creía. No creía su presencia a mi lado y yo…Inés…, lo sabes, no es habitual en mí, no quise esconderme ni huir ni enfrentarme a él hasta la inconciencia. Afónico, intenté sonreír con él pero no pude. Intenté sonreír. Lo vi resfriado y contento y yo exhausto… Inés…, se ha perdido mi mascota. Era una hormiga que en casa paseaba, linda, bajita, que a veces se sonrojaba. La busqué ayer antes de acostarme. No estaba. Se ha perdido en casa. Te juro que la busco, maldigo su ausencia, le grito de mil maneras que me encuentre, que he aprendido a asirme aun con este viento, es tuyo, que se cuide, que me escriba, que por favor me indique por qué tan quieta, tan dónde está.
Inés, te lo pido, si la encuentras dile que con ella se ha perdido mi silencio.

Francisco Jurado Chueca

miércoles, 21 de mayo de 2008

Madrid, 20 de mayo de 2008

Francisco, todos los veinte de mayo tengo la impresión de estar olvidando algo. Creo que alguien cumple años, pero nunca he sabido quién. Cojo en un día como hoy la agenda y nombre a nombre voy diciendo "no, éste no, tampoco él". Sin embargo, yo sé que alguien celebra su nacimiento extrañando mi llamada.
-Esta Inés, qué cabeza, nunca se acuerda.
Me molesta porque siempre presumo de buena memoria. Recuerdo el día de cumpleaños de personas a las que he visto una única vez, aunque pase el tiempo. Miro el calendario y digo "hoy cumple años aquél". Pero no, nada, nada ni nadie me viene a la cabeza el veinte de mayo aunque me repite durante todo el día que le recuerde. De poco sirve un recuerdo anónimo, dirás, como decir "fue el mejor día de mi vida, lástima haber olvidado con quién estuve", claro, no puede ser, dirás, piensa un poco más, con suerte aparece de repente.
Podría parecer también que me confundo sobre qué recordar. Tengo en la cabeza esa fecha que algo he de hacer (y en efecto, he de devolver un libro a la biblioteca, y el miedo a olvidarlo es capaz de martillearme el cráneo desde dentro), pero quizás no se trata de un cumpleaños.
Francisco, no me alargo. Lo que he decidido hacer ha sido pensar en todas las personas que conozco, escribir su nombre y junto a él la fecha que lo vinculó al globo, y luego llamar a aquellos que no tenían nada escrito en ese espacio, y allí apareciste tú: ¿qué día es tu cumpleaños? Por casualidad, ¿has nacido hoy?
Pero ahí no acaban mis elucubraciones. Hay otra posibilidad.
Sé que mi parto se retrasó un poco, unos días. Si yo nací el uno de junio... ¿será de mí de quien me acuerdo cada veinte de mayo porque hoy debería haber sido mi día?
Te escribo desde la universidad. Estudiamos el interior holandés en la pintura del XVII. Por la tarde, Greenaway. Precisamente acaba de realizar una película sobre Rembrandt y hablará de ella. Pero a decir verdad me ha parecido una conferencia bastante mala.

Inés Plasencia Camps
Madrid, 16 de setiembre de 2010

Hola Inés, no quería descubrirme, pero he de confesarte que hace algunos años de repente alguien hizo estallar sobre la mano un haz de luz tan cautivo que logró desaparecer todo el rededor, dejarme completamente solo e hizo que perdiera la cuidada coraza que cubría mi salvaje condición. Hoy te confieso que desde entonces no hago más que sin compasión alguna buscar el cuello de mi presa, blanco, tibio, hiriente, mirarla a los ojos, saltar al menor descuido, abrazarla, inmovilizarla, volver a mirarla a los ojos, oler su vida, abrirle el pecho entero, arrancarle el corazón y después, solo después ahora sí, dejarla ir.
Ese haz de luz precioso, que aún mantengo dentro tan frío como un banco a las 4 de la tarde, logró coger años enteros de mi vida, estrujarlos, amarrarlos y llevárselos consigo, tal vez sin saberlo, tal vez todavía los tiene allí entre sus bolsillos o mejor aun los echó al río. No lo sé. Ay de mí. No mirar más a los ojos inquieto por saber qué sienten, por conocer cómo se encuentran y extender tal vez mi tiempo para ellos. Ya no. De pronto soy solo yo el que busca la ausencia y el que observa, el que eriza el lomo cuando una niña viene corriendo hacia mí despreocupada mientras un padre detrás vigila el perímetro a su alcance.
Inés, estoy aquí vivo, aún en Madrid, cerca de Preciados acogiendo sin saber por qué este ahora corazón desenvainado, ya imposible de ser domesticado. Triste y contento. Apenas humano.

Francisco Jurado Chueca

martes, 20 de mayo de 2008

Madrid, 12 de mayo de 2058.

Esta tarde estuve en una conferencia que dio Enrique Vila-Matas, ¿recuerdas?, el escritor que siempre te recomiendo y que nunca lees porque yo nunca te regalo ninguno de sus libros, que es mi obligación, dices, si tú me lo recomiendas, tú me lo has de poner delante. Pues bien, te eché en falta. Te habría encantado lo que decía, que si bien no era nuevo para los que le conocemos, a ti te habría encantado. Habló mucho de las citas, que usarlas, dijo, es buscar cómplices, y que es una vulgaridad pensar que no le debemos nada a nadie cuando escribimos.
Al finalizar la conferencia cogí el metro y bajé dos paradas después de mi casa para pasear un rato. Quería ver la Latina de noche, cómo está llena sea lunes u otro día, porque eso es lo que siempre me ha fascinado de Madrid, que a las nueve no haya sitio libre en las terrazas y malhumorado pienses que sólo quieres sentarte aunque haya que compartir mesa con extraños. Quiero sentarme, pensé, y después sentí que suplicaba diciéndoles que mis razones eran mayores, preguntándoles si ellos también volvían de escuchar que escribimos siempre detrás de otros y que a la novela sólo le queda el estilo y que todos somos Erik Satie.
Hoy sólo tuve encuentros. En realidad, no vi a nadie hoy. Me has dicho que la dinámica de lo nuestro te gusta y que tú también confías en Valle-Inclán. Si eso es hablar, sólo lo hice contigo, y no oí tu voz. Me gustaría perderte en la Latina. Podríamos jugar a encontrarnos, y sí, he decidido citar también, y encontrarnos o no. Probablemente no escogeríamos las mismas calles, pues nuestra ciudad es la misma o no, la verdad, no siempre lo es. Lo es cuando los dos sabemos que nos detuvimos ante la misma estatua gris de la plaza de Oriente, tan rodeada de todo gris: el palacio, el teatro, los adoquines, la catedral. Es la misma cuando estás solo y te diriges a clase y cuando yo, cansada, vuelvo de la universidad, entonces es igual. De pronto la diversión las separa, las olvida, las dos ciudades en las que vivimos giran como partículas que se repelen alrededor de una relación epistolar. La diversión parece no encontrar lugares comunes.
Inés Plasencia

viernes, 16 de mayo de 2008

Madrid, 16 de mayo 2008

Despertar bajo un mar oscuro y quieto y herido y en silencio es también despertar y ver que hoy no estás. O peor aún, que hoy subiré las escaleras con la fresca certeza de que hoy no dirás hola ni extenderás la o para darme tiempo a girar y sonreír. O incluso peor, despertar y encender la luz para escribir y no resbalar en la ducha es además saber que hoy es viernes y que debo esperar ya quisiera como un gato a que llegue el miércoles, el jueves y otro viernes para encender la luz y verte aquí. Dos gatos durmiendo. Despertar bajo un mar que hoy esconde Madrid aquí, mientras llueve.
Un beso.
Mañana también.


Francisco Jurado Chueca

domingo, 11 de mayo de 2008

Madrid, 6 de diciembre de 2001

Visconti: “La actividad creativa es la obra del hombre que vive entre dos hombres.”
La actividad creativa, señor Jurado, la actividad creativa. ¿Cómo la llamamos? Algo tan privado, ¿no te parece?
Recuerdo infinitos traslados, pero este último ha sido especialmente cansado. Los trastos se amontonaban junto a la puerta, donde los trasladaba para poder seguir durmiendo tranquila hasta dejar la casa; si no, la habitación parecía el territorio de un cincuentón embargado lamentándose. Pero ahora ya estoy aquí. Te escribo. Para seguir entre dos hombres, para quitar las telarañas que fabrica la alienante vida trabajadora, ésa que nos habían prometido sinónimo de libertad cuando se peleaba uno con el padre, esa al fin tranquila mujer que miraba el paisaje urbano de soslayo en otro intento de olvidar la esclavitud. Y seguir entre dos hombres, como algunos nos despertamos, qué sé yo, Francisco, la actividad creativa. Ahora ya estoy aquí. Hoy ví tanta gente ante mí que incluso un antiguo compañero de clase vino, pero no le conoces. Era del año anterior a conocernos, cuando yo me había intentado meter en el mundo de los ordenadores y el trabajo en equipo, claro, ya sabes, fracasada de nuevo, pero no perdamos el hilo: también un compañero de clase. Era cuando yo estaba recién llegada a Madrid, antes de irme para volver (qué gran idea) cuatro años más tarde, y de seis en seis escuchábamos de pie cómo pueden unirse las imágenes y así, ¿sabes?, se recuerda. Que casi todo es lo mismo también es inventárselo un poco, pues te recuerdas con lo que ya has aprendido con traslados, más traslados, pero ahora ya estoy aquí, y estoy intentando ver qué tal se vive entre tres hombres.

Inés Plasencia Camps

martes, 6 de mayo de 2008

Madrid, 2 de mayo de 1972

Del Albacín, después de comer pescados y mariscos en la plaza Fátima, un vino blanco entre un convencido sol y muchas personas, decidimos ir a Sacromonte. Cuatro y veinte de la tarde, Sacromonte -->, dos calles, una curva, una bifurcación, para arriba, cinco calles, una pequeña vereda, cien metros, algunas personas, Sacromonte <-- y un serpentín largo que alberga más bares y melancolía y la sombra inmensa de la Alhambra, a mi izquierda, al parecer desenterrada. Muda. Sospechosa. Prisionera. Aun así, me mantuve en silencio. Me habría encantado que estuvieses allí conmigo dentro de aquella respiración chapoteada por el sol. Tan lejos estás pero llegamos. Subimos unas largas escaleras de piedra. Caminamos olisqueando, resbalando y bajando, invadiendo y procurando no interrumpir la paz de aquellas cuevas del Sacromonte. Tan apartado de todo, tan ancha y emprendida la libertad aquí a gusto de tierra, sinceridad y creencia.
Solo arriba de todo descansamos cinco minutos, después nos perdimos y llegamos a Valparaíso. Allí el Cortijo del Viento con generoso silencio ofrece té y café. Dos mesas o tres, una hamaca atada a dos árboles que se mantienen a un metro abajo del borde del camino junto a unos cactus. Al frente una cueva hermosa, restaurada durante cinco años por ‘Vladimir’. Dolores también estaba allí y se acurrucó con nosotros mientras ‘Vladimir’ nos contaba que él la llama Lolita y que su otro gato, Pérez, no llega a casa desde hace varias semanas, que vino hace poco solo porque Lolita o Dolores estaba en celo y que después de preñarla se fue. Te extraño tanto. Donde estoy caben además todas nuestras angustias y sus gatos. Morderán tal vez a las personas y a los perros que se acerquen. Arañarán nuestro territorio. Serán como Pérez. Nadie las seducirá. No. El ser humano es la única especie que puede ser inducida al engaño por otro de su misma especie. Lo dijo ‘Vladimir’ y le miré las manos.
Cien historias, la lucha por el agua, té delicioso y una persona que dice ya estar muy vieja para continuar en la cárcel hicieron que bajáramos a las 9.30 de la noche aproximadamente. Hicieron que buscáramos un par de espacios que nos recomendó y lograron que en el Paseo de los Tristes creyéramos que era con él con quien conversábamos camino a casa. Nos reímos. Lloramos. Habíamos conversado con un pintor que conocimos el día anterior y que estaba cansado de no pisar tierra que no esté transformada para el foráneo. Arriba sí hay le hubieras dicho. En Valparaíso, hubieras gritado y me habrías mirado para que lo repitiera. Para convencerme de que estuviste dentro conmigo.

Francisco Jurado Chueca

lunes, 5 de mayo de 2008

Madrid, 1 de junio de 1981

He salido de la ciudad. Hice auto stop hasta el primer día. Después a pie. Acabo de viajar hacia lo que necesito; he encontrado soluciones. Luego vi que no era real. De nuevo lo hice mal. Giraba alrededor de él, ¿sabes? Giraba en torno a la forma que toman los fantasmas cuando se disfrazan de amigos, de amor, y vi que no era real, dije, maldita sea, nunca es real, siempre parece real. Hice el resto del viaje a pie; no imaginas dónde llegué, agotada, de madrugada, enredada en una agorera decisión precipitada. Si abandoné el motivo del viaje fue porque había imaginado con demasiada intensidad el destino y de repente entendí que el viaje no alcanzaría a recorrer esa distancia. Fue un golpe seco y tibio, estoy avergonzada. Quería preguntarte cómo evitarlo, ¿lo conseguiste tú alguna vez, agarrarte a lo real?
He salido del tiempo. Te invito a la vida sin contemplaciones, al lugar en el que todo se mezcla y donde las paradas de metro se llaman como los días del año, no hay ayer, ni ahora siquiera. Lo que veo es accidental, lo demás sí es mío y sólo mío. Me debato, no sé si enviarte la carta por miedo a preocuparte. ¿A dónde he ido? Te cansaste de caminar, no deberías haber ido a pie sino en uno de esos velocísimos transportes modernos, hacía dónde, te diré, sólo se puede ir así. Hoy siento derrumbarse la nostalgia que me mantenía despierta, esa nostalgia de tuétanos empapados sin abrigo, ese sueño acumulado y acumulo, todo, todo lo que tengo lo tengo por acumulación.
Los viajes son siempre a otra parte. El de la agencia de viajes no se entera: me ofrece paquetes todo incluido, cruceros nada incluido, sonrisa por si cuela el desayuno. Yo le digo:
-¿Se da usted cuenta de que no entenderé nada? Póngame el desayuno.
El destino no figura nunca en el billete, añade.

Inés Plasencia Camps