lunes, 5 de mayo de 2008

Madrid, 1 de junio de 1981

He salido de la ciudad. Hice auto stop hasta el primer día. Después a pie. Acabo de viajar hacia lo que necesito; he encontrado soluciones. Luego vi que no era real. De nuevo lo hice mal. Giraba alrededor de él, ¿sabes? Giraba en torno a la forma que toman los fantasmas cuando se disfrazan de amigos, de amor, y vi que no era real, dije, maldita sea, nunca es real, siempre parece real. Hice el resto del viaje a pie; no imaginas dónde llegué, agotada, de madrugada, enredada en una agorera decisión precipitada. Si abandoné el motivo del viaje fue porque había imaginado con demasiada intensidad el destino y de repente entendí que el viaje no alcanzaría a recorrer esa distancia. Fue un golpe seco y tibio, estoy avergonzada. Quería preguntarte cómo evitarlo, ¿lo conseguiste tú alguna vez, agarrarte a lo real?
He salido del tiempo. Te invito a la vida sin contemplaciones, al lugar en el que todo se mezcla y donde las paradas de metro se llaman como los días del año, no hay ayer, ni ahora siquiera. Lo que veo es accidental, lo demás sí es mío y sólo mío. Me debato, no sé si enviarte la carta por miedo a preocuparte. ¿A dónde he ido? Te cansaste de caminar, no deberías haber ido a pie sino en uno de esos velocísimos transportes modernos, hacía dónde, te diré, sólo se puede ir así. Hoy siento derrumbarse la nostalgia que me mantenía despierta, esa nostalgia de tuétanos empapados sin abrigo, ese sueño acumulado y acumulo, todo, todo lo que tengo lo tengo por acumulación.
Los viajes son siempre a otra parte. El de la agencia de viajes no se entera: me ofrece paquetes todo incluido, cruceros nada incluido, sonrisa por si cuela el desayuno. Yo le digo:
-¿Se da usted cuenta de que no entenderé nada? Póngame el desayuno.
El destino no figura nunca en el billete, añade.

Inés Plasencia Camps

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