miércoles, 24 de septiembre de 2008

Madrid 25 de setiembre 2008

Ocho de la mañana, jueves. Llevo mucho tiempo sin escribir un jueves por la mañana. Más es el tiempo que lleva sin escribirme.
Juguemos. Brindemos en Madrid, en Roma, en Lima. Vino bianco, cañas y pisco.
Juguemos y hagamos que escribo.
Un beso.
Estoy aquí, otra vez, espero quedarme lo tanto que pueda soportar, un poco más no creo. Pero me alegra que estemos aquí.
Juguemos y disfrutemos con el café y los insoportables mareos que dejan la cucharita y la taza cuando se juntan.
Besos

Francisco Jurado Chueca

martes, 23 de septiembre de 2008

Madrid, 3 de marzo de 1930
Un día cambiaron los planes, no precisamente los míos, pero parecía oler todo de manera diferente y haberse enturbiado el aire y el calor recalcitrante desaparecía de repente. Me llegó tu carta y la leí preguntándome si eran faltas de ortografía o si por el contrario era un bonito juego de palabras. Después recordé el poema de Watanabe que me enviaste y extendí esa idea, la de que el amor es como el hielo, a absolutamente todo lo que conozco y me sentí feliz por conocerte y conocer a todos hasta el punto de sentirme tentada a renunciar a la sordidez, pero creo que hubiera hecho falta mucho más. Nada está aquí para siempre y eso es sórdido a la vez que alegre, por eso la discusión se extendió hasta la madrugada: porque los dos teníamos razón. Discutamos, de todas formas. Nada está más vivo que la contradicción, sabes que siempre la defendí, siempre estuve a favor de dos opiniones enfrentadas y sabes que siempre quiero tener al final la razón. Sabes que a veces no escucho y que mi voz se oye muy lejos cuando me exalto, parece que grite, sabes que puedo ser insoportable y que de vez en cuando presumo de ello, qué error… Presumir de ser insoportable, vaya una idea descabellada. Quizá me agarro a ella por la constancia de la que te hablé, quizás es que no aprendo a resignarme, o quizás es que hace tiempo que lo hice.
Qué bien tus días felices. Nos veremos en Roma, al fin, ya que es imposible que nos veamos en Madrid. Yo me voy a Roma y más allá sólo para elevar el tono de voz (¡Francisco!) y beber mucho vino blanco, celebrar lo que ya hace tiempo celebramos: encontraste al fin un hogar y esa máquina a toda velocidad te mantuvo despierto para que pudieras verlo. Yo igual. Sigo intentando diluir la vida imaginaria en el agua que va perdiendo el hielo mientras agarro el resto cada vez con más fuerza, ahora que sé que es sólo mío y que no estará ahí para siempre, ahora que sé que tu juego de palabras me pedía que siguiera elevando la voz: haz, haz, haz…
A la mañana siguiente quería proponerte un juego. He pensado en tomarme un año sabático (no, Francisco, el año pasado no lo era, aunque lo pareciera) y madrugar cada día. Ir a la piscina a las ocho, desayunar de forma abundante (tostadas con aceite de oliva y pavo, un café largo y fruta), escribirte una carta y seguir con la novela hasta que a la hora de comer me levante de la silla y caliente algo (suena mal, pero es mejor que “freír algo”) para después irme corriendo a trabajar. Después, a las nueve de la noche, unas cañas con unas tapas. Todo el año preguntándome por qué no consigo adelgazar. Ése es el juego. ¿Qué te parece? Detener el deseo; prolongar el esfuerzo. Ése es el juego. ¿Qué te parece?
Inés Plasencia Camps.

lunes, 15 de septiembre de 2008


Madrid 15 de septiembre de 2008

¿Crees que es constante mi pereza? Haz logrado que sentado en el sofá, cubierto esta vez por una manta africana que nos regaló Marguerita, sienta más de un pinchazo en el pecho o en el fondo de mi conciencia. Haz conseguido que sin opción alguna me levante y no espere otra vez que llueva, no espere agitado y sin vergüenza que caiga el granizo tan poderoso que destruyó la semana pasada coches, cristales y mañanas enteras. Vías de trenes, autopistas súper modernas o mesas de plástico de cuantas terrazas en estas tardes te esperan. No. Nada que esperar después de la manera en que más de una sonrisa, estoy seguro, acompañó deliciosamente cada palabra que impregnaste en este espacio que cada día se muestra más amplio. En este preciso instante no importa el tiempo ni las preguntas ni el encierro que pretendo dibujar, no me importa para nada qué debo hacer un minuto más allá, solo me parto para decirte que sonrío y admiro la sinceridad con la que siempre te muestras. Yo sé que echado en el sofá no es la mejor manera de luchar contra mi hábil pereza, pero ahora debo salir a encontrar un libro para regalar. No tengo tiempo para escribir más. Hoy no, mañana sí. Vienen días alegres, en presente, pasado y futuro, días gratos que recordaré con una bella sonrisa. También estarán juntas la pena, la distancia y las fronteras.
Ah, ¿no te ha pedido leer algo que hayas escrito? Sincero es y no busca engañarte en ser como tú quisieras.
Besos.

viernes, 12 de septiembre de 2008


Castilla la Mancha, ayer.
En medio de los campos de maíz había una furgoneta blanca abandonada. Parecía que se hubiera deslizado, hacía poco contraste con el ocre de la tierra, me recordó en un primer momento a la bañera que Raquel y yo encontramos abandonada en Cerdeña y sonreí, pero luego me pareció un mal presagio. Debe de estar todavía allí, entre Madrid y Valencia; la carrocería debe de estar ardiendo, el dueño intentando recordar dónde la dejó aparcada. Qué desastre humano-natural. Me dejó francamente turbada, aunque no más que el olor del vagón. Estaba hundida y, si lo piensas, tiene algo del perro de Goya: movilidad reducida y poco contraste cromático con el entorno. En el fondo tiene lo mismo en común con el cuadro que yo.
No has contestado a mi última carta. Crees que eres misterioso pero eres un perezoso, y Dios sabe que te lo digo con admiración y respeto (que es lo que siempre me ha provocado la pereza) a sabiendas de que de todas formas no vas a reaccionar, pero aún así yo te contaré mis noticias como si esperara una opinión inmediata, aunque sé que me dirás que no se debe opinar, otra excusa, disfraz de tu pereza, pereza que admiro sobremanera porque para eso sí eres constante y la constancia, de cualquier tipo, tiene mérito siempre, por esa tendencia a buscar otro método cuando el anterior no funciona (cosa que ocurre todo el tiempo porque casi nunca funciona nada, por ejemplo: estoy en mi casa casi sin luz porque si enciendo la lámpara del salón provoca un cortocircuito y de todas formas es un apartamento luminoso, así que no me hace falta luz eléctrica, por cierto, ni a mí ni a nadie, fíjate que desde que hay luz eléctrica el hombre va a peor y que lo mejor de todo es el microondas, que debe de ser lo único que no inventó Edison), así que mantenerse en un método es loable siempre salvo si ese método tiene algo que ver con el abuso de poder, cosa que evidentemente no es nuestro caso.
Pues bien, todavía no me ha pedido leer nada mío. Quizás cuando me lo pida me enamoro, aunque aún no lo he decidido (ahora no quiero decidir nada; cambiaría igualmente de método pronto.) Desde luego si no me lo pide no lo pienso hacer, ya sé que soy tajante, pero es así: no llevo años invirtiendo en escribir dignamente para que ahora me quieran por cosas innatas; sería como estar semihundido lejos de ideal ilustrado de persona que se hace a sí misma, no puede ser todo mérito de mis padres, no puede ser, no puede ser. Dónde queda entonces la constancia, dónde el elemento diferenciador si no hemos construido el mundo para limitar los espacios sino para aislarlos. No es que nos hayamos repartido el mundo; hemos prohibido a los demás entrar en un trozo de mundo, y aunque parezca que me estoy desviando del apasionante tema de la Ilustración, piensa que si uno se construye no es para ponerse límites sino para decirle al otro que, independientemente de lo que crea de sí mismo hay desde luego algo incontestable y es que desde luego ese trozo de mundo no es él, y no es suyo, y no es accesible.
Inés Plasencia Camps