martes, 6 de mayo de 2008

Madrid, 2 de mayo de 1972

Del Albacín, después de comer pescados y mariscos en la plaza Fátima, un vino blanco entre un convencido sol y muchas personas, decidimos ir a Sacromonte. Cuatro y veinte de la tarde, Sacromonte -->, dos calles, una curva, una bifurcación, para arriba, cinco calles, una pequeña vereda, cien metros, algunas personas, Sacromonte <-- y un serpentín largo que alberga más bares y melancolía y la sombra inmensa de la Alhambra, a mi izquierda, al parecer desenterrada. Muda. Sospechosa. Prisionera. Aun así, me mantuve en silencio. Me habría encantado que estuvieses allí conmigo dentro de aquella respiración chapoteada por el sol. Tan lejos estás pero llegamos. Subimos unas largas escaleras de piedra. Caminamos olisqueando, resbalando y bajando, invadiendo y procurando no interrumpir la paz de aquellas cuevas del Sacromonte. Tan apartado de todo, tan ancha y emprendida la libertad aquí a gusto de tierra, sinceridad y creencia.
Solo arriba de todo descansamos cinco minutos, después nos perdimos y llegamos a Valparaíso. Allí el Cortijo del Viento con generoso silencio ofrece té y café. Dos mesas o tres, una hamaca atada a dos árboles que se mantienen a un metro abajo del borde del camino junto a unos cactus. Al frente una cueva hermosa, restaurada durante cinco años por ‘Vladimir’. Dolores también estaba allí y se acurrucó con nosotros mientras ‘Vladimir’ nos contaba que él la llama Lolita y que su otro gato, Pérez, no llega a casa desde hace varias semanas, que vino hace poco solo porque Lolita o Dolores estaba en celo y que después de preñarla se fue. Te extraño tanto. Donde estoy caben además todas nuestras angustias y sus gatos. Morderán tal vez a las personas y a los perros que se acerquen. Arañarán nuestro territorio. Serán como Pérez. Nadie las seducirá. No. El ser humano es la única especie que puede ser inducida al engaño por otro de su misma especie. Lo dijo ‘Vladimir’ y le miré las manos.
Cien historias, la lucha por el agua, té delicioso y una persona que dice ya estar muy vieja para continuar en la cárcel hicieron que bajáramos a las 9.30 de la noche aproximadamente. Hicieron que buscáramos un par de espacios que nos recomendó y lograron que en el Paseo de los Tristes creyéramos que era con él con quien conversábamos camino a casa. Nos reímos. Lloramos. Habíamos conversado con un pintor que conocimos el día anterior y que estaba cansado de no pisar tierra que no esté transformada para el foráneo. Arriba sí hay le hubieras dicho. En Valparaíso, hubieras gritado y me habrías mirado para que lo repitiera. Para convencerme de que estuviste dentro conmigo.

Francisco Jurado Chueca

1 comentario:

Anónimo dijo...

amore