martes, 20 de mayo de 2008

Madrid, 12 de mayo de 2058.

Esta tarde estuve en una conferencia que dio Enrique Vila-Matas, ¿recuerdas?, el escritor que siempre te recomiendo y que nunca lees porque yo nunca te regalo ninguno de sus libros, que es mi obligación, dices, si tú me lo recomiendas, tú me lo has de poner delante. Pues bien, te eché en falta. Te habría encantado lo que decía, que si bien no era nuevo para los que le conocemos, a ti te habría encantado. Habló mucho de las citas, que usarlas, dijo, es buscar cómplices, y que es una vulgaridad pensar que no le debemos nada a nadie cuando escribimos.
Al finalizar la conferencia cogí el metro y bajé dos paradas después de mi casa para pasear un rato. Quería ver la Latina de noche, cómo está llena sea lunes u otro día, porque eso es lo que siempre me ha fascinado de Madrid, que a las nueve no haya sitio libre en las terrazas y malhumorado pienses que sólo quieres sentarte aunque haya que compartir mesa con extraños. Quiero sentarme, pensé, y después sentí que suplicaba diciéndoles que mis razones eran mayores, preguntándoles si ellos también volvían de escuchar que escribimos siempre detrás de otros y que a la novela sólo le queda el estilo y que todos somos Erik Satie.
Hoy sólo tuve encuentros. En realidad, no vi a nadie hoy. Me has dicho que la dinámica de lo nuestro te gusta y que tú también confías en Valle-Inclán. Si eso es hablar, sólo lo hice contigo, y no oí tu voz. Me gustaría perderte en la Latina. Podríamos jugar a encontrarnos, y sí, he decidido citar también, y encontrarnos o no. Probablemente no escogeríamos las mismas calles, pues nuestra ciudad es la misma o no, la verdad, no siempre lo es. Lo es cuando los dos sabemos que nos detuvimos ante la misma estatua gris de la plaza de Oriente, tan rodeada de todo gris: el palacio, el teatro, los adoquines, la catedral. Es la misma cuando estás solo y te diriges a clase y cuando yo, cansada, vuelvo de la universidad, entonces es igual. De pronto la diversión las separa, las olvida, las dos ciudades en las que vivimos giran como partículas que se repelen alrededor de una relación epistolar. La diversión parece no encontrar lugares comunes.
Inés Plasencia

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