viernes, 28 de noviembre de 2008

Madrid, año cero

Un poema de Blake dice: “Quien a sí encadena una alegría/ destruye la vida alada.” Estoy aprendiendo mucho con ese profesor que tanto se repite, como que no grita el hombre sino el paisaje en el famoso cuadro de Munch, aunque eso sólo lo dijo una vez. Una lástima. Yo estaba recorriendo noviembre como podía, siempre con prisas. Los animales que sobreviven son los que se adaptan al medio, así que técnicamente la mitad del mundo se está extinguiendo y la otra mitad sabe que el jefe será quien mejor imite al anterior líder. Los poetas no estáis a gusto nunca; los escritores estamos a gusto los fines de semana. Es diferente. Los poetas estáis atados al mito y salir a la calle es una provocación; los prosistas estamos atados a las relaciones de causa-efecto y el nombre de las calles nos los sabemos de memoria porque el nombre nos importa más que la propia calle. Todo se nombra, también lo que no existe o lo que existe durante un segundo, pero los escritores de relatos y novelas nombramos lo que conocemos; los poetas enunciáis lo que no existe y cambiáis de línea cuando todavía queda espacio. Es diferente. Sólo quería que supieras que te entiendo, aunque no leo mucha poesía desde que supe “que la vida iba en serio.”
Dicho esto, estaba yo sorteando los días de noviembre entre los dibujos de William Blake cuando fui consciente de haber salido inmune del regreso a Madrid. En la universidad escuché las quejas de un estudiante. Se quejaba de no tener tiempo y dormir seis horas; yo me alegré de escribir. Creo que de no hacerlo habría desaparecido como mi nombre, que empecé a considerar algo totalmente ajeno a mi persona. Inés, escribo, Inés. No me importaba nada ese nombre, no me recordaba a nada, tampoco a ninguna infancia, la infancia de nadie. El estudiante suspiraba, golpeaba la mesa agitando mi ordenador, su novia se acercó y le hizo algunos mimos: había conseguido lo que quería. Me hizo reír pensar que el estudiante no sabía que frente a él esa chica escribía sobre él. Decía que no tenía tiempo como si fuera culpa de alguien que estuviera sentado en la misma mesa. Yo estaba harta del Apocalipsis que nunca llegaba, todavía hoy, no lo he visto nunca, sólo veo a montones de apocalípticos que lo vaticinan pero siempre me dejan a medias y el Apocalipsis nunca llega. Me prometían que todo sería destruido, que era el fin, que nunca nada sería como antes y yo tenía unas descomunales ganas de presenciarlo (de algo hay que morir y morir de Fin del Mundo es un privilegio) y ver si todo estallaba pero nada, no había manera. Creo que llamaban Apocalipsis a irse de vacaciones.
¿Inés? Plasencia Camps.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Admirada Inés,

hace tiempo que no te digo nada, no es porque no te lea o porque no me diga nada lo que escribes.

la verdad es que no estaba en sintonía, muy acelerada y con la cabeza llena de demasiadas cosas.
Pero, ¡oh sorpresa!, hoy no tengo más remedio que escribirte porque eres genial. tus imágenes valen más que mil palabras, y eso que usas palabras. "los poetas cambiáis de línea cuando todavía queda espacio". No sé si es tuyo, pero lo merece.
Me alegra y me gusta que seas prosista, aunque no tengo nada en contra de los poetas. me encantarías también si fueras poeta, seguro, pero soy más de prosa.

Bueno, espero con muchas expectativas tu próxima entrega, hoy me has llenado de energía, de ilusión y humor, aunque no sé si esa era tu intención.
Viva la madre que te trajo y viva esos padres que te pusieron Inés.

Con todo mi respeto y admiración

mcvalen

Anónimo dijo...

Genial, me encanta. Gracias por el email, y agrego a favoritos este mi nuevo sitio de los fav.
Un besote desde tu Valencia +3.

Ximo

Francisco Jurado Chueca e Inés Plasencia Camps dijo...

Hola Joaquín,
muchas gracias a ti y Feliz Año.
Un beso,
Inés.