martes, 23 de septiembre de 2008

Madrid, 3 de marzo de 1930
Un día cambiaron los planes, no precisamente los míos, pero parecía oler todo de manera diferente y haberse enturbiado el aire y el calor recalcitrante desaparecía de repente. Me llegó tu carta y la leí preguntándome si eran faltas de ortografía o si por el contrario era un bonito juego de palabras. Después recordé el poema de Watanabe que me enviaste y extendí esa idea, la de que el amor es como el hielo, a absolutamente todo lo que conozco y me sentí feliz por conocerte y conocer a todos hasta el punto de sentirme tentada a renunciar a la sordidez, pero creo que hubiera hecho falta mucho más. Nada está aquí para siempre y eso es sórdido a la vez que alegre, por eso la discusión se extendió hasta la madrugada: porque los dos teníamos razón. Discutamos, de todas formas. Nada está más vivo que la contradicción, sabes que siempre la defendí, siempre estuve a favor de dos opiniones enfrentadas y sabes que siempre quiero tener al final la razón. Sabes que a veces no escucho y que mi voz se oye muy lejos cuando me exalto, parece que grite, sabes que puedo ser insoportable y que de vez en cuando presumo de ello, qué error… Presumir de ser insoportable, vaya una idea descabellada. Quizá me agarro a ella por la constancia de la que te hablé, quizás es que no aprendo a resignarme, o quizás es que hace tiempo que lo hice.
Qué bien tus días felices. Nos veremos en Roma, al fin, ya que es imposible que nos veamos en Madrid. Yo me voy a Roma y más allá sólo para elevar el tono de voz (¡Francisco!) y beber mucho vino blanco, celebrar lo que ya hace tiempo celebramos: encontraste al fin un hogar y esa máquina a toda velocidad te mantuvo despierto para que pudieras verlo. Yo igual. Sigo intentando diluir la vida imaginaria en el agua que va perdiendo el hielo mientras agarro el resto cada vez con más fuerza, ahora que sé que es sólo mío y que no estará ahí para siempre, ahora que sé que tu juego de palabras me pedía que siguiera elevando la voz: haz, haz, haz…
A la mañana siguiente quería proponerte un juego. He pensado en tomarme un año sabático (no, Francisco, el año pasado no lo era, aunque lo pareciera) y madrugar cada día. Ir a la piscina a las ocho, desayunar de forma abundante (tostadas con aceite de oliva y pavo, un café largo y fruta), escribirte una carta y seguir con la novela hasta que a la hora de comer me levante de la silla y caliente algo (suena mal, pero es mejor que “freír algo”) para después irme corriendo a trabajar. Después, a las nueve de la noche, unas cañas con unas tapas. Todo el año preguntándome por qué no consigo adelgazar. Ése es el juego. ¿Qué te parece? Detener el deseo; prolongar el esfuerzo. Ése es el juego. ¿Qué te parece?
Inés Plasencia Camps.

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