viernes, 12 de septiembre de 2008


Castilla la Mancha, ayer.
En medio de los campos de maíz había una furgoneta blanca abandonada. Parecía que se hubiera deslizado, hacía poco contraste con el ocre de la tierra, me recordó en un primer momento a la bañera que Raquel y yo encontramos abandonada en Cerdeña y sonreí, pero luego me pareció un mal presagio. Debe de estar todavía allí, entre Madrid y Valencia; la carrocería debe de estar ardiendo, el dueño intentando recordar dónde la dejó aparcada. Qué desastre humano-natural. Me dejó francamente turbada, aunque no más que el olor del vagón. Estaba hundida y, si lo piensas, tiene algo del perro de Goya: movilidad reducida y poco contraste cromático con el entorno. En el fondo tiene lo mismo en común con el cuadro que yo.
No has contestado a mi última carta. Crees que eres misterioso pero eres un perezoso, y Dios sabe que te lo digo con admiración y respeto (que es lo que siempre me ha provocado la pereza) a sabiendas de que de todas formas no vas a reaccionar, pero aún así yo te contaré mis noticias como si esperara una opinión inmediata, aunque sé que me dirás que no se debe opinar, otra excusa, disfraz de tu pereza, pereza que admiro sobremanera porque para eso sí eres constante y la constancia, de cualquier tipo, tiene mérito siempre, por esa tendencia a buscar otro método cuando el anterior no funciona (cosa que ocurre todo el tiempo porque casi nunca funciona nada, por ejemplo: estoy en mi casa casi sin luz porque si enciendo la lámpara del salón provoca un cortocircuito y de todas formas es un apartamento luminoso, así que no me hace falta luz eléctrica, por cierto, ni a mí ni a nadie, fíjate que desde que hay luz eléctrica el hombre va a peor y que lo mejor de todo es el microondas, que debe de ser lo único que no inventó Edison), así que mantenerse en un método es loable siempre salvo si ese método tiene algo que ver con el abuso de poder, cosa que evidentemente no es nuestro caso.
Pues bien, todavía no me ha pedido leer nada mío. Quizás cuando me lo pida me enamoro, aunque aún no lo he decidido (ahora no quiero decidir nada; cambiaría igualmente de método pronto.) Desde luego si no me lo pide no lo pienso hacer, ya sé que soy tajante, pero es así: no llevo años invirtiendo en escribir dignamente para que ahora me quieran por cosas innatas; sería como estar semihundido lejos de ideal ilustrado de persona que se hace a sí misma, no puede ser todo mérito de mis padres, no puede ser, no puede ser. Dónde queda entonces la constancia, dónde el elemento diferenciador si no hemos construido el mundo para limitar los espacios sino para aislarlos. No es que nos hayamos repartido el mundo; hemos prohibido a los demás entrar en un trozo de mundo, y aunque parezca que me estoy desviando del apasionante tema de la Ilustración, piensa que si uno se construye no es para ponerse límites sino para decirle al otro que, independientemente de lo que crea de sí mismo hay desde luego algo incontestable y es que desde luego ese trozo de mundo no es él, y no es suyo, y no es accesible.
Inés Plasencia Camps

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