miércoles, 6 de mayo de 2009

Madrid, 6 de mayo de 2009
Eliminados el sueño, el hambre, el frío y el lunes, poco más que el ruido de la cafetería de la facultad, Francisco, me ha podido separar de lo que trajo el Día de la República, acercando el paso lento, rítmico, maltratado de la distancia al careo violento de dos días consecutivos del que, como tú, siempre está lejos o en definitiva fuera, ya sabes. Hay una manera de vivir que consiste en eso, y es infalible, pero prefiero tapiar la mirada e ignorarla fríamente, y bendita frialdad, me dijiste, apoyado en lo que quedaba de bar, bendita lejanía. Y luego el aula. Pasar al aula. Escuchar el aula. El sonido, te dije, es el gran ignorado, será porque todo el mundo sabe hacerlo, contestaste, pero callarse no, callarse no saben, continúas, y estás de nuevo en los límites al decir que si lo hicieran recuperarías las ideas que tenías antes de conocerles a ellos. Pero no fui yo quien te dijo que aquello tenía remedio, me entendiste mal. Cerraste lo que le quedaba al bar para cerrar y te dirigiste a mí haciendo eses con el cuerpo y con la boca, pero después me recuerdas: te recuerdo que hubo un día, me dijiste, en que el sueño, el frío, el hambre y el lunes eran nuestros. Te ofende gravemente mi carcajada: Francisco, te increpo, siguen siendo nuestros.
He pasado de la facultad a la parada de autobús, directa a casa, y de camino he atravesado la plaza de España porque tenía ganas de ver el palacio. Después fui a trabajar, como Kafka se fue a la piscina. He atravesado entonces la plaza Mayor y bajado toda la calle Huertas con prisas para no perder la costumbre, pensando en la mañana siguiente. Sin embargo, me atrevo a decirte que nuestro tiempo es nuestro, dirás. Yo soy positiva en ese aspecto: vi el palacio cuando me apetecía y puede que te parezca simple, pero era mío, profundamente mío ese recorrido que sólo interrumpía el vacío de mi estómago (eran casi las dos de la tarde), que por cierto también eran de mi propiedad, mi estómago y el hambre. Abandono paulatinamente el humor, que sólo viene de forma violenta, lo recuperarás, me dijiste aturdido ante la estación de metro cerrada, tan necesaria ahora que no veo tu edificio desde mi balcón, ahora que vives en ese abismo titulado Diego de León en el que no hay bares simpáticos como tú los llamarías de nuevo en nuestra etílica sinestesia constante. Pero en definitiva, si no se abandona el humor en algún momento, ¿tiene tanto sentido reírse después?
El humor es lo primero que elimino cuando conozco a alguien, y lo último que olvido una vez lo he mostrado. Sí. Cuando esto ha ocurrido queda poco que hacer: no pienso hablar en serio nunca más salvo por escrito. Si usted quiere comentar la actualidad, por favor (súplica) escríbame una misiva de las de antes (por mail, hablar de política es spam) o agarre una de las servilletas del restaurante y pida audiencia (que será igualmente por escrito, así que habrá poco audible). Ahora bien, para sentarse y reírse será usted bienvenido siempre y cuando no sea de mí ni de nada que no pueda solucionarse con lecturas o dietas hipocalóricas, vaya, que queda prohibido todo comentario sardónico en torno a mi barriga y en torno a mi ignorancia sobre algún tema, pues no le quepa duda de que intentaré solucionarla pronto si el asunto me interesa. Francisco, el humor es mejor regalo que la inteligencia. Lo digo sin ninguna duda. Porque de la inteligencia hay que reírse. La gente inteligente tiende a pensar que sólo es inteligente y que con eso basta, con lo que la inteligencia se convierte en un anicónico ídolo religioso deseoso de ser quemado, y no se preocupa de ser otras cosas, o mejor, no se permite serlas: no se puede ser contradictorio (porque eres inteligente), no se permite ser vanidoso (porque tú eres distinto), no se permite ser perezoso (porque estás destinado a algo importante), no se puede ser superficial (porque tú has venido a explorar los rincones del alma humana: zzzzz) ni se puede uno preocupar por la opinión de los demás. ¡Pero bueno, habrase visto! ¡Es un tostón! No se puede ser envidioso (¡y a mi me apasiona serlo!), ni mentiroso (ese alarde de imaginación…), ni hipócrita (¿qué necesidad hay de ser uno mismo todo el tiempo?), ni feminista ni machista (¿y entonces qué?), no se puede hacer nada que no sea de listos (…preparados… ¡ya!) y están absolutamente prohibidas las lecturas llamadas “ligeras”. En definitiva, Francisco, yo puedo ser muy sensible al gris de los mármoles del palacio real, pero la verdad, esto es tremendamente aburrido.

1 comentario:

mcvalen3 dijo...

Gracias Inés.

Estoy de acuerdo en que el humor es un grandísimo regalo. Y tan necesario e ignorado a la vez...

Y si al humor le unes inteligencia ya lo tienes todo. El aburrimiento es el causante de todos los vicios y reírse de uno mismo es la mejor cura. Nuca te puedes aburrir, porque algo que sucede siempre, por mucho que intentemos olvidarlo y busar alternativas, es que con la persona con la que vamos a pasar el resto de nuestra vida somos nosotros mismos.
No tomarse a uno mismo demasiado en serio es la mejor terapia, y además gratis.

Sigue disfrutando de tu palacio y de tantos otros que hay por ahí, en silencio, y será tuyo. Ya lo dijo no sé quien, o no sé si lo dijo alguien, pero da igual: todo puede ser tuyo si tu lo quieres. Hay ciertas posesiones que nadie te puede arrebatar, son tuyas y no necesitan escrituras ni documentos, cualquiera las puede reclamar y poseerlas.

Bueno, te dejo por hoy. hasta la próxima