viernes, 6 de marzo de 2009

Madrid, 6 de marzo de 2009
Francisco, al profesor repetitivo se ha unido el profesor anecdótico. Le gustan, por ejemplo, las muertes de los arquitectos y teóricos de la arquitectura: con todo lujo de detalles cuenta cómo perdieron la vida sus referentes esenciales (llevo ya tres atropellados contabilizados). También le gustan las infidelidades de las clases altas porque dice que la presencia frecuente de la querida del comitente en la nueva casa condicionaba el número de habitaciones y su disposición, pero lo mejor: le encantan los cuentos. Hoy nos ha contado uno que trata de un hombre que se despierta en mitad del desierto y, tras encontrar un tren vacío en lo que él creía un oasis, llega a una inmensa ciudad vacía donde es el único ser vivo, rodeado de máquinas y altos edificios, llamada Mecanópolis, nombre a todas luces inocente que le puso el aún decimonónico autor, seriamente confrontado con la sociedad mecanizada que interrumpió su vida. No nos ha dicho cómo murió el escritor, pero sí que Unamuno le arrebató no recuerdo qué Cátedra, cosa que le dejó traumatizado y que le hizo presentarse a una oposición para un puesto de auxiliar en alguna Embajada. Yo no recuerdo su nombre, pero era parecido a la palabra cuchillo en catalán, a ver si tú lo averiguas. El profesor se llama Delfín.
Una hora antes de conocer el fatal destino laboral del señor Cuchillo descubrí que me interesa la organización del clero en la Edad Moderna, creo que porque el estamento eclesiástico es un catálogo de enfermedades producidas por la sangre envenenada, que a mí particularmente me encanta: eso sí es riqueza de espíritu. Luis XIV escribió en una carta que el obispo de una ciudad “debía al menos creer en Dios” para alcanzar dicho cargo.
Estoy absolutísticamente de acuerdo.
P.D.: ¿Qué tal en tu nueva casa? La luz del ático de tu antiguo edificio parece distinta, y en esa horrible plaza cercana hay más mala sangre que nunca, que ya es decir teniendo en cuenta que justo enfrente hay y siempre ha habido un Corte Inglés.
Inés Plasencia Camps

1 comentario:

Anónimo dijo...

Querida Inés,
Me encanta. Qué suavidad, que ironía, que delicia.


No soy crítico pero si lo fuera me dejarías sin palabras. Que puedo decir?

Que sigas, que sigas y que sigas. Que nos inundes y deleites con tus escritos. ¡Cuantos libros se podrían cambiar por sólo uno tuyo!

Hasta siempre. Sigue por el camino de la sabiduría. No sé si ya te lo he dicho, pero no importa demasiado

Mcvalen3