lunes, 27 de octubre de 2008

Castillo de Fezzana, 27 de octubre de 2008
Disculpa nuestra entrada triunfal. Era el día de tu boda y de esto ni te acordarás, pero yo todavía me río cuando recuerdo a los invitados esperando a que tu esposa cruzara la puerta y sus risas al vernos a nosotras entrar corriendo delante de ella. Le juré a Raquel que nunca la llevaría a otra boda. Y luego la fiesta sobre ese maravilloso barco atracado al borde del Tíber, te pido otra disculpa: nos fuimos temprano, demasiado vino blanco. Sé que no paré de comer y de bailar, tú estuviste casi todo el tiempo junto a la puerta hablando con alguno de los tíos de Ivana (debe de tener muchos o quizás no sabías quiénes eran y me decías de todos que era uno de sus tíos) y de vez en cuando yo pasaba a tu lado y nos dábamos un abrazo, me dabas las gracias por haber ido y yo te decía no, gracias a ti, y así decenas de veces, qué pesados. Todo por no decirnos un sencillo “de nada”, todo por no hablar como personas normales, qué pereza, qué risa, Francisco. Lamentablemente tuvimos que irnos temprano por culpa del vino. He de confesarte que nos hicimos amigas de los camareros para conseguir más botellas y ésa fue nuestra sentencia de muerte, ser tan simpáticas, ya te lo dije hace tiempo: Francisco, tengo que ser menos simpática, que luego si no necesito vino no lo soy tanto y me lo echan en cara y me dicen “con lo que tú has sido, Inés, con lo que tú has sido”. Y sí, negro, con lo que yo he sido ahora tengo sólo dos preguntas (cuando yo siempre he tenido miles al mismo tiempo) y mis preguntas son: ¿por qué ponerse tacones para ir a una boda si luego una acaba descalza para poder bailar? Y por otra parte, ¿de dónde sale esa tristeza? Cuando el día anterior llegué a Roma desde Madrid y cogí el autobús que me llevaría desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad viví aquel trayecto con una inmensa felicidad, y al día siguiente te miraba y pensaba “míralo junto a la puerta, en plena conversación bilingüe, cualquiera diría que está acostumbrado a hablar en otro idioma con sus interlocutores” y también me sentía bien porque es verdad, siempre hablamos en un idioma diferente del de la persona con la que estamos y sin embargo continúa habiendo bodas a la orilla del Tíber, continúan reflejándose las luces, por eso me lo pregunto, ¿por qué estropearlo todo poniéndose unos estúpidos tacones?
P.D.: Otro día hablamos sobre cómo la juez pronunció tu nombre.
P.P.D.: En realidad tengo una tercera pregunta: si Ivana tiene tantos tíos, dónde estaban sus primos?
Inés Plasencia Camps

No hay comentarios: