domingo, 20 de abril de 2008

Madrid, 17 abril de 2008

El olor a tabaco de la ropa amontonada junto a la cama y el pitido, te pregunté, imaginándote, por qué habías pedido otra copa de vino mientras un profesor jorobado dictaba la clase a la que llegaría tan tarde en algo que hubiera sido un sueño si no hubiera estado despierta. Ya me acuerdo: me embadurné de aceita de rosa de mosqueta e hice mío el privilegio de dormir sin pijama, pero ya no. La noche de antes te había dicho, y ya era tarde, que era un miércoles del que no quedaba apenas nada, qué importaba. Mañana, te dije, madrugamos los dos, pero ya lo pensaremos, hace tiempo que no hablábamos así, mañana, insistí, ya lo pensaremos cuando a las siete suenen nuestros despertadores con unas pocas calles de distancia. Y bien, ya era mañana y no era sed, sino deshidratación. El vino había absorbido todo el agua, había llegado el jueves, a quién maldigo. Yo ya llegaba tarde (seguro que tú llegaste puntual) pero debía llegar: me esperaban los géneros teatrales del siglo XVII, me esperaba el metro que tanto te divierte y las prisas, pero antes había que desayunar. De eso hablamos precisamente anoche, de que quizá te espere un día largo y tengas que detenerte un momento en cualquier lugar preguntándote por qué acaban los miércoles, pero antes, un café, un desayuno, y hasta entonces una ducha rápida pensado que el jueves aún no existe, sólo existe ese café, ese desayuno.
¿Iba un día por detrás? Hasta el viernes no recordé el jueves, poco importa. Ni en la vida ni en la literatura me interesa en absoluto la unidad temporal, nunca es ahora. Utilizan diferentes cercanías y es el espacio el culpable de esa impresión de repetición. Volver a un lugar es volver al mismo día. Y yo no recordé el jueves hasta el viernes, mala suerte. Había pensado de verdad que me había librado, sólo quisiera quitarme un rato esta sensación de enfado. Enfado, porque no era esto lo que nos habían prometido.

Inés Plasencia

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