Fuera de Madrid, 14 de julio de 1947
Creo que estaba en pleno ajuste de cuentas conmigo misma; aquello era una prueba insuperable: me faltaban las excusas ante tanto paso en falso. Yo no sabía subir escaleras de caracol como la de la foto que me enviaste, ni lazos con la realidad me sostenían realmente sino que se convertían en sogas. Gracias a mis esfuerzos se recubrían de galas de difunto que ayudaban dos, tres semanas a subrayar nimios detalles que bastaban. Pero ahí seguía, ya sabes, ese vértigo.
He salido de la ciudad. Compré un billete hasta el primer día. Un diluvio al que también sobrevivimos lo refrescó todo: el asfalto y las aceras, las sombras y el verano, las culpas y las excusas quedaron empapadas por igual. Títeres con cabeza, de ésos no ví ninguno (aunque buscándolos entre la gente ví otras cosas de lo más interesante: una mujer que había sido madre a los sesenta años y a la que todo el mundo llamaba abuela, mi antigua casa, amigos que nunca se definieron así y resultaron ser los únicos, arcos ciegos de iglesias románicas por todas partes, el mar otra vez, aunque tuve que fijarme bien por la cantidad de gente que intentaba ocultármelo, pleno julio ya se sabe), ni tampoco ví el origen real del vértigo ni aun cuando subí a la cima de un monte que no quiero nombrar para protegerte, pero en el que te aseguro no vive dios alguno (ni la diosa Ganga ni dioses de ésos que son una ganga), el monte donde está ese museo en el que ví con Mercè la exposición “Duchamp, Man Ray, Picabia” que también estuvo en la Tate Modern de Londres. Allí entendí que nada tenía que ver con la altura la visión borrosa y relajada del pasado, que nada tenía que ver con alejarse posponer un día más el ajuste de cuentas que me hacía empujar brutalmente a todo el que me preguntaba por mis planes. Nada que ver, como era habitual, en ningún lado, sólo cuando está bajo sospecha disimula el cansancio el metrónomo que escucho en aeropuertos, estaciones de tren y salidas de autopista, cómo decirte… Ya no escucho la llamada del ahorro. Escucho las ofertas de agencias de viajes. Me interesan las estampas japonesas. Idealizo los paisajes del África profunda, pero también los minúsculos pueblos del Tirol. Echo de menos los idiomas que no hablo. Sí, ya me acuerdo… También hace dos años culpé al planeta por no girar.
Cuando entendamos ambos cuáles son nuestras prioridades podremos dejar nuestra correspondencia y otorgarle a cada cosa la importancia que se merece. Hasta ese día, sigo esperando noticias tuyas.
Inés Plasencia Camps
lunes, 14 de julio de 2008
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